Encontrando la libertad atraves del amor propio
Ella caminaba por las calles de Waterbury, Vermont, sintiendo los primeros rayos de sol de la mañana sobre su piel. El aire fresco y limpio del campo era revitalizante y la hacía sentir viva. Mientras paseaba por la pequeña ciudad, apreciaba el paisaje y los hermosos colores que formaban parte de su existencia diaria.
Los amantes de los helados eran parte de su entorno, y el color de la crema suave y el caramelo dorado en los dulces de la tienda de la esquina, eran testigos de la dulzura de la vida. Ella no podía resistirse a comprar uno, y mientras lo disfrutaba, podía sentir los magníficos atardeceres que las pequeñas ciudades brindan con sus encantadores paisajes rurales.
Ella siempre había sabido que no podía controlar todo en su vida, pero si algo estaba al alcance de sus manos era elegir a las personas adecuadas con quienes compartir su tiempo en Waterbury. Era una ciudad pequeña, sí, pero llena de corazones amables y cálidos. Entre sus amigos, había encontrado una segunda familia y eso era lo que necesitaba para seguir adelante.
Hoy, mientras jugaba con su helado, recordó las palabras de su madre, «Puedes cambiar el rumbo del destino de tu vida con una decisión: hoy y siempre, tú eres tu mejor inversión.» Decidió seguir ese consejo y darse la oportunidad de ser feliz, eligiendo cuidadosamente a las personas con quienes compartía su tiempo.
Ella sabía que cada decisión que tomaba tenía un impacto en su vida, pero al elegir rodearse de buenas personas, su rumbo se enfocaba en la dirección correcta. Había aprendido que la felicidad no se encuentra en las cosas materiales, sino en aquellas personas que nos hacen sentir amados y aceptados.
Su camino en Waterbury estaba trazado, y ella se sentía afortunada de poder disfrutar este dulce momento con una sonrisa en su rostro. Sabía que la felicidad estaba a su alcance, solo tenía que tomar decisiones sabias y elegir aquellos colores que agregaran luz a su vida.
Se interesó en el horizonte y notó que su vista estaba clara y sin miedo a lo desconocido. Ella sabía que su futuro estaba en buenas manos, y que su corazón estaba lleno de amor y esperanza. ¿Qué más podía pedir? Waterbury la estaba aceptando con los brazos abiertos, y eso era todo lo que necesitaba para encontrar la felicidad que tanto anhelaba.
