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Frase 34

Cuando perdemos a alguien que amamos, el mundo parece detenerse. Hay un silencio nuevo, un espacio que antes estaba lleno de presencia y ahora se siente inmenso. En ese vacío aparece una pregunta que todos los seres humanos compartimos: ¿qué ocurre con el Alma cuando deja el cuerpo?

Aunque no tengamos todas las respuestas, hay una verdad suave que puede sostenernos: el Alma no desaparece… se transforma.
Cuando el Alma asciende, comprende algo que todavía a nosotros nos cuesta ver: lo único eterno es la expansión que elegimos en vida. Cada gesto de amor, cada despertar de conciencia, cada acto auténtico se convierte en luz que continúa existiendo más allá del cuerpo.

El Alma que parte no se lleva fechas, objetos ni preocupaciones.
Se lleva lo esencial: las veces que fue verdadera, el amor que ofreció y la conciencia que logró.
Y también guarda, como un tesoro eterno, los momentos en que fue amada de verdad. Nada de eso se pierde.

El dolor que sentimos aquí es natural. Es humano. Es la prueba del vínculo profundo que existe. Pero ese amor que duele es también el puente que sigue uniendo. La presencia cambia… el lazo no.

A veces pensamos que la vida continúa “sin ellos”, pero en realidad continúa con ellos de otra forma.

En una forma más sutil, más silenciosa, más amplia. Sus huellas permanecen en nuestra manera de mirar, de sentir, de amar, de elegir. Su luz se vuelve parte de nuestro propio camino.

Quizás honrar a quienes parten significa permitirnos vivir con más conciencia, con más apertura, con más corazón. Ellos ya comprenden la totalidad de su viaje; nosotros seguimos descubriéndola paso a paso.

El amor no termina con la despedida. A veces, apenas comienza a transformarse.

Soy Adriana BeBig tu Mentora de Liderazgo Consciente.

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