Single Blog

Honrar a nuestra madre

No honramos a nuestra madre repitiendo su historia, ni intentando reparar, compensar o cargar con aquello que no pudo realizar en su vida.
Eso no es amor: es lealtad ciega.

Honramos a nuestra madre cuando reconocemos su grandeza y respetamos su destino tal como fue, sin corregirlo, sin juzgarlo, sin querer reescribirlo.

Por eso honramos a nuestra madre cuando seguimos el llamado de nuestro propio corazón, cuando elegimos la vida —nuestra vida— y nos permitimos vivirla con alegría, plenitud y verdad.

Honramos a nuestra madre cuando nos atrevemos a ser más felices, más libres, más conscientes; cuando nos permitimos ser diferentes y hacerlo diferente, sin culpa.

Lo más importante para los hijos es comprender que, a pesar de los pesares, en lo profundo de nuestro corazón amamos a nuestra madre.
Ella nos habita.
Nos atraviesa.
Y nos bendice de maneras sagradas que muchas veces no comprendemos con la mente, pero sí con el alma.

Aunque no siempre podamos sentirla cerca —y aunque la enfermedad borre nombres, recuerdos o rostros— su presencia permanece viva en nosotros como una fuerza silenciosa que nos sostiene y nos da raíz.

Así es Oralia.
Aun con el Alzheimer, aun cuando su memoria se disuelve en fragmentos, su amor sigue intacto.
No vive ya en las palabras ni en las historias compartidas, pero vive en el gesto, en la mirada, en la energía que permanece.
Vive en mí.

Cuando reconocemos la bendición de nuestra madre en nuestra vida —más allá del sufrimiento, del desamparo y de las heridas de la infancia— algo en nosotros se ordena.
Algo se libera.
Y, sin buscarlo, aparece la paz.

Porque llega un momento esencial en el camino interior en el que comprendemos que no sanamos a nuestra madre:
nos sanamos a nosotros.

Miramos hacia dentro.
Miramos nuestra historia infantil.
Sostenemos a nuestra niña interna con la madre interna que ahora somos.
Y sanamos, sobre todo, el lugar desde donde aún duele, desde donde juzgamos o rechazamos.

Gracias, mamá.
Gracias, Oralia.
Gracias por la vida.

De aquí en adelante, me encargo yo.

Más allá de mis idealizaciones infantiles, hoy agradezco profundamente el regalo más grande que me diste: existir.

Y te honro viviendo.
No sacrificándome.
No sufriendo por amor.
Sino realizándome.

Porque tu verdadero regalo no fue mi dolor, sino mi vida.

Gracias Oralia

Soy AdrianaBeBig

Comments (0)

Post a Comment

© Copyright 2024 - BiBig por Adriana Rodríguez