«Con las melenas al viento, me reclino en la hamaca. Las nubes, como pinceles celestiales, pintan formas caprichosas en el lienzo del cielo. Los pelícanos, flamencos, garzas y patos, danzan en un ballet silencioso, como si el aire mismo los guiara. Estamos en un rincón exótico, en un puerto mágico alejado del turismo, y los amigos europeos que nos visitan intercambian miradas cómplices. ¿No es asombroso estar aquí, en Casa Turquesa Telchac?

La brisa, con su abrazo suave, nos envuelve. La noche se despliega como un abanico de terciopelo, y las primeras estrellas titilan en el firmamento. El ocaso, generoso, nos regala cuadros que parecen arrancados de las mejores pinturas de Van Gogh. Me siento agradecida por este instante, por las segundas oportunidades que esta casa de playa me ha brindado.

Casa Turquesa Telchac, como un hada benévola, me insufló una segunda vida. Cada habitación, cada objeto, cada cuadro, es un testigo silencioso de las batallas internas que libré para soltar, perdonarme y volver a amarme. La vida, comprendo ahora, no se mide en posesiones materiales ni en títulos: «Es un lienzo en blanco que cada uno pinta con los colores de sus propias decisiones.» ABR

Las estrellas, como luciérnagas celestiales, se apoderan de mí. En un momento de lucidez, la conversación con nuestros amigos me hace reflexionar. Mantener una mente curiosa, humilde, y escuchar más allá de mi voz interior: ahí reside la verdadera sabiduría. La vida sigue su ritmo, pero en Casa Turquesa Telchac, lo vivimos con intensidad. La alegria de la naturaleza, el sonido de las olas, todo se entrelaza en un abrazo eterno.»
Adriana Rodríguez

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