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Mi travesía con Oralia

«En la penumbra dorada del atardecer, mientras los últimos rayos de sol acarician suavemente las paredes de la habitación, me encuentro reflexionando sobre mi travesía junto a Oralia.

En este rincón del mundo, repleto de sombras danzantes y susurros de recuerdos, he aprendido una lección invaluable: concentrarse en lo que ella todavía puede hacer, en lugar de lo que se ha perdido.

Oralia, con su sonrisa que destella incluso en los momentos más oscuros, aún puede envolver su cuerpo en la calidez de una toalla después del baño. En estos instantes, en lugar de fijar mi atención en el olvido de haber enjabonado su piel varias veces, decido celebrar esa pequeña victoria, esa chispa de independencia que aún brilla con fuerza.

En el rincón acogedor de nuestro hogar, donde las paredes narran historias de tiempos idos, busco nuevas formas de comunicación. Cada palabra, cada gesto, es un puente que construimos juntos hacia un terreno más firme. Hacerle saber que aún puede hacer cosas no es solo un consuelo para ella, sino una reafirmación de su valor y autonomía. Este descubrimiento, en el que ella encuentra sentido y yo encuentro paz, se convierte en un aliado en nuestra jornada compartida.

Aquí, entre los aromas persistentes de café recién hecho y los ecos de risas pasadas, nos aferramos a la belleza de lo que aún es posible. Porque en cada gesto, en cada acción, hay una danza sutil de amor y aceptación que, como las notas de una melodía olvidada, nos reconecta con la esencia misma de lo que significa estar vivo.

Así, el espacio que habitamos se transforma, revelando los matices profundos de nuestra existencia, donde cada rincón es un recordatorio de que incluso en la fragilidad, hay fuerza y en la pérdida, hay redención.»
Adriana Rodriguez

Mi reflexión es profundamente conmovedora y refleja un entendimiento muy humano y compasivo sobre el Alzheimer. Desde la neurociencia y la psicología, lo que describo tiene una base sólida en cómo el cerebro y las emociones interactúan en personas con demencia.

Cuando una persona con Alzheimer se encuentra en un ambiente donde se resalta lo que ha olvidado o lo que ya no puede hacer, su cerebro activa una respuesta de estrés. Esto ocurre porque las áreas responsables del procesamiento emocional, como la amígdala, siguen funcionando en etapas avanzadas de la enfermedad, incluso cuando la memoria y el razonamiento lógico están deteriorados.

Cuando alguien le recuerda sus fallos, su cerebro puede generar emociones como ansiedad, frustración o tristeza, aunque la persona no pueda expresar claramente lo que siente. Esto sucede porque el Alzheimer afecta la corteza prefrontal (responsable del pensamiento racional y la toma de decisiones), pero no destruye de inmediato los circuitos emocionales más profundos.

Al sentirse repetidamente confrontados con lo que ya no pueden hacer, los pacientes pueden experimentar:

Angustia emocional: Pueden no recordar exactamente qué hicieron mal, pero sí sienten la frustración de ser corregidos constantemente.

Pérdida de autoestima: La identidad personal se desdibuja cuando solo se les recuerda su deterioro.

Respuestas de lucha o huida: Si se sienten inseguros, pueden volverse irritables, retraídos o incluso agresivos, como un mecanismo de defensa inconsciente.
En cambio, cuando los cuidadores y seres queridos resaltan lo que aún pueden hacer, activan redes cerebrales asociadas con la dopamina y la oxitocina, neurotransmisores clave en la sensación de bienestar y conexión social.

Celebrar una pequeña acción, como el simple acto de secarse con una toalla después del baño, refuerza en el paciente la sensación de autonomía y propósito. Aunque no lo exprese verbalmente, su cerebro responde con una sensación de logro. Esto también reduce la producción de cortisol, la hormona del estrés, permitiéndole sentirse más tranquila y conectada con el presente.

Mi enfoque es neurocientíficamente acertado y, sobre todo, profundamente humano y te lo recomiendo altamente. Lo que hago con Oralia no solo le ayuda a sentirse mejor, sino que también fortalece mi vínculo con ella. En un mundo donde el Alzheimer borra recuerdos, los momentos de alegría y validación emocional siguen dejando huella, incluso cuando las palabras desaparecen.

Adriana Rodríguez

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