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Oralia regreso al Naranjo Azul

Oralia regresó al Naranjo Azul, su rostro iluminado por una felicidad radiante. De inmediato, sus ojos reconocieron su habitación, ese refugio familiar. Salió al jardín, donde la brisa fresca la envolvió, y allí, encontró a su entrañable amiga Alexa. Con una sonrisa tierna, le pidió: “Pon música de Navidad”.

Horas más tarde, volvió del jardín a la casa principal, un destello de hambre en sus ojos. “En esta casa no te dan de comer. Tengo mucha hambre”, murmuró, su voz cargada de anhelo. No sabía que, en poco tiempo, iríamos a festejar su cumpleaños en su restaurante favorito.

Al llegar al restaurante, Oralia se deleitó con los panes frescos y los camarones, y su sonrisa se extendió de oreja a oreja cuando los meseros, con gorros vaqueros, se acercaron cantándole feliz cumpleaños. Fue una tarde espectacular. Durante el camino de regreso, sus ojos brillaban, atentos a las personas en el centro comercial, disfrutando de los adornos navideños que inundaban el lugar.

Pero, al caer la noche, un grito agudo rompió la serenidad. “Me duele la pierna, no la puedo mover, tengo un calambre”, exclamó con dolor. Este episodio duró varias horas, hasta que logramos calmarla con cremas y aceites esenciales, dándole un masaje hasta que, finalmente, pudo dormir. Sin embargo, la noche fue una batalla; se levantó varias veces con dolor, y la llevé a caminar hasta que pudo encontrar el consuelo del sueño.

Esta mañana, con mi corazón aún latiendo fuerte y temeroso, me sorprendió su olvido. El Alzheimer, en su cruel bendición, le había permitido vivir solo en el aquí y el ahora. Cantando y bailando al son de «Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo» de José Feliciano, sus lágrimas rodaron por sus mejillas durante el desayuno. “Esta es mi casa”, repitió en voz alta. Berend y yo la abrazamos, reconfortándola, asegurándole que esta también era su casa y que aquí se le quería mucho.
Adriana Rodríguez

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