Se disuelve
Oralia se disuelve en el tiempo,
como el último rayo de sol en la tarde.
Su mirada, un océano quieto,
su cuerpo, un barco que ha olvidado el rumbo.

Confunde el aire con los recuerdos,
las sombras con figuras que no le responden.
El baño es un misterio,
la mesa un laberinto sin salida.
Sus manos flotan vacías,
como hojas que no reconocen su árbol.
Su voz se ha vuelto eco de preguntas
que no esperan respuesta.
«¿Cómo?» murmura,
«¿Dónde?» susurra,
«¿Está bien?» como quien busca un suelo firme
en un mar de incertidumbre.
El miedo la envuelve,
se adhiere a su piel como un sudor helado,
como un temblor que no se va.
Su cuerpo y su mente se hunden juntos,
una danza callada de pérdida
en la que todo se vuelve ajeno.
Al atardecer nos sumergimos en la piscina,
el agua nos envuelve en su tregua silenciosa.
Cada reflejo es un instante robado,
cada ola un recuerdo que se aleja.
Nos bañamos en el mar en la calma,
pero en la orilla, el agua lleva su nombre
y cada ola nos recuerda
que se nos está yendo,
que cada día es un adiós,
y que el duelo empieza
cuando la memoria deja de hablar.
Estoy en duelo
Mis lágrimas caen sin permiso,
como hojas vencidas por el viento.
La impotencia se aferra a mi pecho,
me deja inmóvil ante el peso del adiós.
Solo puedo amarla,
sostener su mano en este tránsito sin regreso,
ver cómo la memoria la abandona,
cómo el miedo se enreda en su piel.
Se va,
como la luz que se funde en el ocaso,
como un susurro que el tiempo no devuelve.
Te quiero, Oralia. No me olvides.