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Mi nueva cabellera

El reloj del aeropuerto holandés marcaba las 11 PM, un testigo silencioso de nuestro aterrizaje en un manto de 11 grados. Desde el tren, mi conversación con Oralia en Monterrey fluía como una brisa cálida, ella, envuelta en el calor, se preparaba para zambullirse en la piscina con sus nietas Amelia y Carolina. Anita, por su parte, nos pintaba un cuadro de 45 grados, un abrazo de fuego en la distancia.

De vuelta en Dronten, los cielos plomizos y sombríos de Holanda tejían una colcha de nubes, lluvia y frío. La luna, tímida tras su velo nublado, nos ofrecía una bienvenida tenue pero sincera, un espejo de mi eterna gratitud hacia nuestros anfitriones, Rheba y Malcolm Glazier, en Manchester. ¡Qué viaje tan espléndido hemos tenido!

Aquí, en Dronten, me envuelve el susurro del viento, cargado de anticipación por la llegada de mi amada familia y amigas. Su presencia promete transformar cada gota de lluvia en una sinfonía de reencuentros y alegrías compartidas.

En la tierra yucateca, mi cabello se convierte en un eco de las olas, ondulándose con la pasión del mar. Pero aquí, en la serenidad de los Países Bajos, se suaviza, reflejando la paz de los canales. Me cautiva su color natural, una obra maestra de dorados y grises, un tapiz de vida y experiencia entrelazadas. Es esa mezcla de sabiduría y juventud lo que me impulsa a ser coach, a guiar a los jóvenes que desean danzar bajo la luna y las estrellas.

AdrianaRodriguezEscritora

LiderazgoConsciente360

AdrianaBeBig

Oralia

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