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La Observadora silenciosa

«La Observadora Silencia

En la quietud de la vecindad, el mundo se desvanece lentamente ante nuestros ojos, como si mi propio peso se evaporara. Sesenta y cinco días han transcurrido, y con ellos, once kilos y medio se han desprendido de mi ser. Me siento más ligera, como si la gravedad misma hubiera cedido su abrazo.

Hoy, tras saborear camarones a la parrilla, un manjar que Oralia, mi madre, adora, viajábamos en el coche por un rincón industrial. El paisaje, gris y sombrío, carecía de la belleza que otros podrían encontrar en él. Las paredes, una vez blancas, ahora se desvanecían en tonos grises, impregnadas de polvo y la toxicidad del ambiente. Pero mi madre, siempre atenta, señaló con entusiasmo: «Mira qué bonito». Volteé para seguir su mirada y allí estaba, una ave blanca, delicada y hambrienta, picoteando un pedacito de pan que el guardia de la empresa le había ofrecido.

El guardián de aquel recinto industrial era un hombre corpulento, con una barba descuidada que hacía eco al entorno. Sin embargo, su sonrisa, como un rayo de sol en medio de la penumbra, atrapó la atención de mi madre. «Mira ese hombre», susurró. «Tan feliz con solo compartir el pan con las aves del señor». En su mente, la sencillez de aquel gesto se magnificaba, y la belleza se revelaba en los detalles más inesperados.

La demencia ha tejido su red en la mente de mi madre, pero no ha borrado su capacidad de observación. Hemos trabajado incansablemente en su sistema cognitivo, y los resultados son evidentes. Casi llegando a «El Naranjo Azul», ella exclamó: «Hemos llegado a nuestra linda y limpia casa». En su realidad alterada, la belleza se filtra a través de un tamiz especial, eliminando todo lo que no encaja en su estándar de lo hermoso.

Cada día, me regocijo en su compañía, en sus observaciones únicas y en su forma de saborear el mundo presente. Para ella, este momento es precioso, y solo ve lo que brilla con autenticidad. En su mirada, incluso los rincones más olvidados se transforman en pequeños tesoros. Así, en su demencia, mi madre me enseña a ver la belleza en lo inesperado y a valorar cada instante como si fuera el último.»

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